Estaba resfriado. El reloj marcaba
las 5:25 AM del 11 de Enero, y me levante con tantas ganas de orinar como en
cualquier otro día que no fuera mi cumpleaños. Lo cierto es que fue un
despertar muy bonito, era el primer cumpleaños en que despertaba con una mujer a mi lado, una mujer maravillosa. Hubo un desayuno sorpresa, un abrazo de mi madre y
un estrechón de manos con mi hermano, mientras al tiempo se escuchaban en coro las mañanitas que cantaba el rey David.. Mi abuelita aun dormía, pero en
medio de la algarabía se levantó y a paso lento se dirigió hacia mí abriéndose
camino con su bastón. Me abrazo, me dijo “ya estas viejo mijo” y guardo sigilosamente
en mi bolsillo un billete doblado de dos mil pesos como regalo (Fue de los
regalos que más aprecie). De momento en un autismo voluntario me trasporte en
pensamientos de lo etérea que es la vida, y me cuestione si ya seré mayor de
edad. Y con eso me refiero a ser uno más de esos adultos sin sorpresa y muy
corteses, de esos que cínicamente cambian los sueños de la infancia y los
caramelos por un sillón de confort, y una pensión para la vejez. Es entonces cuando me estremezco del miedo (Odio
ponerme existencialista). De regreso a la realidad me vi frente al espejo como
hace mucho no lo hacía. Me vi mayor, un poco cansado, un poco mas serio. Pero allí estaba aún, como
una braza ardiente e implacable, esa mirada con ganas de comerse el mundo entero, con ganas
de pelear y de desafiar cualquier rutina impuesta. Allí me encontré, sonreí a
complicidad, y le digo a mi reflejo “Feliz cumpleaños Bryan”.